No hay nadie menos afortunado que el hombre a quien la adversidad olvida, pues no tiene oportunidad de ponerse a prueba.
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No hay nadie menos afortunado que el hombre a quien la adversidad olvida, pues no tiene oportunidad de ponerse a prueba.
Nada hay más admirable y heroico, que sacar valor del seno mismo de las desgracias, y revivir con cada golpe que debiera darnos muerte.
Los golpes de la adversidad son muy amargos, pero nunca son estériles.
Nadie podrá decir que un nido calentito y dichoso dará de sí muy grandes personas. La inadaptación a lo imperfecto es lo que mejora al hombre.
La mayor desgracia es merecer la desgracia.
Acostada en medio de la desdicha, el alma ve mucho.
En las desgracias hay que acordarse del estado de conformidad con que miramos las ajenas.
Al principio de las catástrofes, y cuando han terminado, se hace siempre algo de retórica. En el primer caso, aún no se ha perdido la costumbre; en el segundo, se ha recuperado. Es en el mismo momento de la desgracia cuando uno se acostumbra a la verdad.
No es bueno que todo suceda como deseamos. Cuando todo nos sonríe en el mundo, nos apegamos a éste muy fácilmente y el encanto es muy fuerte. Por eso, y porque Dios nos ama, no permite que durmamos mucho y muy cómodamente en este lugar de destierro.
En las adversidades sale a la luz la virtud.