La libertad no puede ser fecunda para los pueblos que tienen la frente manchada de sangre.

La gratitud, como ciertas flores, no se da en la altura y mejor reverdece en la tierra buena de los humildes.

Los bárbaros que todo lo confían a la fuerza y a la violencia, nada construyen, porque sus simientes son de odio.

Ayudar al que lo necesita no sólo es parte del deber, sino de la felicidad.

Vale más un minuto de pie que una vida de rodillas.

El único autógrafo digno de un hombre es el que deja escrito con sus obras.

La patria es dicha, dolor y cielo de todos y no feudo ni capellanía de nadie.

También a un gran hombre lo puede exasperar una miserable mosca.

El derecho del obrero no puede ser nunca el odio al capital; es la armonía, la conciliación, el acercamiento común de uno y del otro.

Los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan.