El pasado es una colección interminable de horrores que sólo merece el más completo de los olvidos; el futuro, una incógnita poco confiable que es preciso asegurar; el presente, el campo de batalla donde hay que garantizarse la vejez.

Dejemos que el pasado sea el pasado.

Volver la vista atrás es una cosa y marchar atrás, otra.

No desprecies el recuerdo del camino recorrido. Ello no retrasa vuestra carrera, sino que la dirige; el que olvida el punto de partida pierde fácilmente la meta.

El pasado es lo que recuerdas, lo que imaginas recordar, lo que te convences en recordar, o lo que pretendes recordar.

Deberíamos usar el pasado como trampolín y no como sofá.

No es necesario destruir el pasado, se ha ido; en cualquier momento, puede volver a aparecer, parecer ser y ser presente.

Añorar el pasado es correr tras el viento.

Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo.

No hace falta renunciar al pasado al entrar en el porvenir. Al cambiar las cosas no es necesario perderlas.