Por naturaleza, los hombres gustan de ver cosas nuevas y de viajar.
Como todos los grandes viajeros -dijo Essper- yo he visto más cosas de las que recuerdo, y recuerdo más cosas de las que he visto.
El que está acostumbrado a viajar, sabe que siempre es necesario partir algún día.
Se viaja no para buscar el destino sino para huir de donde se parte.
El que no sale nunca de su tierra está lleno de prejuicios.
Todo aquel que se casa es como el Dax de Venecia, que se desposa con el mar Adriático. No sabe qué es lo que se oculta en su desposada: tesoros, perlas, monstruos, tempestades ignotas.
Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres.
La experiencia es una buena escuela, pero la matrícula es muy cara.
La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca.
Un amigo me preguntaba porqué no construíamos ahora catedrales como las góticas famosas, y le dije: "Los hombres de aquellos tiempos tenían convicciones; nosotros, los modernos, no tenemos más que opiniones, y para elevar una catedral gótica se necesita algo más que una opinión".