El alma desordenada lleva en su culpa la pena.
Hay un remedio para las culpas, reconocerlas.
Los sentimientos de culpa son muy repetitivos, se repiten tanto en la mente humana que llega un punto en que te aburres de ellos.
Como en las deudas, no cabe con las culpas otra honradez que pagarlas.
Echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.
La novedad es madre de la temeridad, hermana de la superstición e hija de la ligereza.
El infierno está lleno de buenas voluntades o deseos.
El desconocimiento propio genera soberbia; pero el desconocimiento de Dios genera desesperación.
Nada puede hacerme daño excepto yo mismo; el mal que me agobia lo llevo conmigo y jamás sufro realmente sino por mi culpa
A los viejos les espera la muerte a la puerta de su casa; a los jóvenes les espera al acecho