Ni siquiera un dios puede cambiar en derrota la victoria de quien se ha vencido a sí mismo.
La victoria es por naturaleza insolente y arrogante.
La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva.
La victoria y el fracaso son dos impostores, y hay que recibirlos con idéntica serenidad y con saludable punto de desdén.
Averguénzate de morir antes de haber conseguido alguna victoria para la humanidad.
La conciencia es la línea recta; la vida es el torbellino. Este torbellino tan pronto lanza sobre la cabeza del hombre negrura del caos como hace brillar sobre ella un cielo azul.
La conciencia es el caos donde se agitan las quimeras, los apetitos y los intentos, el horno de los sueños, el antro de los pensamientos vergonzosos, el pandemónium de los sofismas y el campo de batalla de las pasiones.
La libertad comienza allí donde acaba la ignorancia.
Quien no es dueño de su pensamiento no es dueño de sus actos.
Fácil saber quien no tiene la razón, el que ataca en compensación.