Ni siquiera un dios puede cambiar en derrota la victoria de quien se ha vencido a sí mismo.
La victoria es por naturaleza insolente y arrogante.
La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva.
La victoria y el fracaso son dos impostores, y hay que recibirlos con idéntica serenidad y con saludable punto de desdén.
Averguénzate de morir antes de haber conseguido alguna victoria para la humanidad.
No está prohibido que un hermano del presidente fuese ministro, pero la decencia lo impide
Cuando los hombres honrados se van a su casa, los pillos entran en la de gobierno
Es la práctica de todos los tiranos apoyarse en un sentimiento natural, pero irreflexivo, de los pueblos, para dominarlos
Su Constitución es un monumento: es usted el legislador del buen sentido bajo las formas de la ciencia
La ignorancia es atrevida