Lo que somos depende de nosotros, porque en nosotros está el escoger el objetivo que debe dar un sentido a nuestra vida.
De cuántas preocupaciones nos desprendemos cuando decidimos dejar de ser algo para ser alguien.
Hasta que no te valores a ti mismo, no valorarás tu tiempo. Hasta que no valores tu tiempo, no harás nada al respecto.
Sabemos lo que somos pero no lo que podemos llegar a ser.
Para ser alguien aquí y ahora, hay que renunciar a ser otro, en otra parte o más tarde.
La razón pura tiene que ceder su imperativo a la razón vital: la vida debe ser vital.
El amor muere porque su nacimiento fue una equivocación.
Porque el hombre siente el amor primariamente como un violento afán de ser amado, al paso que para la mujer lo primario es sentir el propio amor, la cálida fluencia que de su ser irradia hacia el amado y la impulsa hacia él.
El amor, a quien pintan ciego, es vidente y perspicaz porque el amante ve cosas que el indiferente no ve y por eso ama.
El mismo acto en que se renuncia a la propia vida significa la suprema afirmación de la personalidad: es un volver de la periferia a nuestro centro espiritual.