Hemos de pensar que los que sostienen opiniones contrarias a las nuestras no son necesariamente bárbaros; muchos saben usar la razón tan bien como nosotros y hasta mejor.
Las opiniones sólo me interesan cuando conducen a acciones y sacrificios. Prefiero a un hombre que piensa lo contrario que yo, pero que me agrada e impone como persona, antes que a un correligionario que puede que sea un cobarde y un parlanchín.
No hace falta defender siempre la misma opinión porque nadie puede impedir volverse más sabio.
No es muy dificil atacar las opiniones ajenas, pero sí el sustentar las propias: porque la razón humana es tan débil para edificar, como formidable ariete para destruir.
No hay que temer a los que tienen otra opinión, sino a aquellos que tienen otra opinión pero son demasiado cobardes para manifestarla.
Salen errados nuestros cálculos siempre que entran en ellos el temor o la esperanza.
Hay que instruir a la juventud riendo; reprender sus vicios con dulzura y no asustarla con el nombre de la virtud.
Todos los hombres se parecen por sus palabras, solamente las obras evidencian que no son iguales.