La persona que no está en paz consigo misma, será una persona en guerra con el mundo entero.
El signo más evidente de que se ha encontrado la verdad es la paz interior.
Los cinco enemigos de la paz que viven entre nosotros son: miedo, avaricia, envidia, odio y orgullo. Elimínelos y tendrá paz permanente.
Por mucho que conozca todos los misterios que enseña el apóstol, aunque posea toda la ciencia, si no tengo caridad, no soy nada.
Que los hermanos no se apropien de nada, ni de casa, ni de tierra, ni de ninguna otra cosa (...). Aquí está la excelencia de la muy alta pobreza (...). Esto es lo que debéis compartir.
Señor, concédeme la serenidad de aceptar que hay cosas que no puedo cambiar; el valor de cambiar lo que puede cambiarse y la sabiduría para distinguir la diferencia.
Empieza haciendo lo necesario, después lo posible, y de repente te encontrarás haciendo lo imposible.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz, donde hubiere odio, que ponga amor. Donde hubiere ofensa, que ponga perdón. Donde hubiere discordia, que ponga unión. (...) Donde hubiere tristeza, que ponga alegría. ¡Oh, Señor!, que no busque tanto ser consolado como consolar, ser comprendido como comprender, ser amado como amar.