El hastío se origina bien de una debilísima conciencia de la existencia propia, que no puede impulsarnos a la acción, o bien de una conciencia excesiva, por la que advertimos la imposibilidad de actuar en la medida que querríamos.
Cuando uno se halla habituado a una dulce monotonía, ya nunca, ni por una sola vez, apetece ningún género de distracciones, con el fin de no llegar a descubrir que se aburre todos los días.
El tedio puede escuchar todas las voces tentadoras, tiene camino para todos los extravíos, y no hay aberración que en un momento dado no pueda servirle de espectáculo.
El hijo de las largas convivencias desapasionadas es el tedio.
El tedio es una enfermedad del entendimiento, que no acomete sino a los ociosos.
Los mejores momentos del amor son aquellos llenos de una dulce melancolía, en que uno llora sin saber porqué, y se resigna dulcemente a una desgracia ni siquiera vislumbrada.
Nadie se convierte en hombre si antes no ha adquirido una gran experiencia de sí mismo con la que se revela a sus propios ojos, se forja un juicio sobre sí mismo y determina así en cierto modo su destino y su vida.
Los antepasados son lo más importante para quien no ha hecho nada.
Para la felicidad son menos nefastos los males que el aburrimiento.
¡Qué pena que beber agua no sea un pecado! ¡Qué bien sabría entonces!