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El hastío es la más estéril de las pasiones humanas. Así como es hijo de la nulidad, es también padre de la negación, ya que no sólo es estéril por sí mismo, sino que esteriliza del mismo modo a cuanto toca o se le acerca.
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El hastío se origina bien de una debilísima conciencia de la existencia propia, que no puede impulsarnos a la acción, o bien de una conciencia excesiva, por la que advertimos la imposibilidad de actuar en la medida que querríamos.
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El tedio puede escuchar todas las voces tentadoras, tiene camino para todos los extravíos, y no hay aberración que en un momento dado no pueda servirle de espectáculo.
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El hijo de las largas convivencias desapasionadas es el tedio.
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El tedio es una enfermedad del entendimiento, que no acomete sino a los ociosos.