No escuchar al que nos habla, no sólo es falta de cortesía, sino también menosprecio. Atiende siempre al que te hable; en el trato social nada hay tan productivo como la limosna de la atención.
Lo importante no es escuchar lo que se dice, sino averiguar lo que se piensa.
Así como hay un arte de bien hablar, existe un arte de bien escuchar.
Algunos oyen con las orejas, algunos con el estómago, algunos con el bolsillo y algunos no oyen en absoluto.
Saber escuchar es el mejor remedio contra la soledad, la locuacidad y la laringitis.
Una vez terminado el juego el rey y el peón vuelven a la misma caja.
El amor hace pasar el tiempo; el tiempo hace pasar el amor
Todo gran amor no es posible sin pena