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No escuchar al que nos habla, no sólo es falta de cortesía, sino también menosprecio. Atiende siempre al que te hable; en el trato social nada hay tan productivo como la limosna de la atención.
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Lo importante no es escuchar lo que se dice, sino averiguar lo que se piensa.
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Del escuchar procede la sabiduría, y del hablar el arrepentimiento.
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Así como hay un arte de bien hablar, existe un arte de bien escuchar.
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Algunos oyen con las orejas, algunos con el estómago, algunos con el bolsillo y algunos no oyen en absoluto.