Todos los vicios dan treguas; el glotón se agita, el deshonesto se enfada; el bebedor duerme, el cruel se cansa; pero la vanidad del mundo nunca dice basta, siempre locura y más locura.
La vanidad es un mendigo que pide con tanta instancia como la necesidad, pero mucho más insaciable.
Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir.
En muchos casos hacemos por vanidad o por miedo, lo que haríamos por deber.
La más segura cura para la vanidad es la soledad.
Es hermoso que los padres lleguen a ser amigos de sus hijos, desvaneciéndoles todo temor, pero inspirándoles un gran respeto.
Los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y pueblos fuertes sólo necesitan saber a dónde van.
La vida humana representa, la mayor parte de las veces, una ecuación entre el pasado y el futuro.
El hombre que ha perdido la aptitud de borrar sus odios está viejo, irreparablemente.
Enseñemos a perdonar; pero enseñemos también a no ofender. Sería más eficiente.