Cuando uno se convence de que, al enamorarse, resulta tremendamente vulnerable, la idea de haber vivido hasta entonces desconocedor de esta verdad le hace estremecerse. Por esta razón, el amor vuelve virtuosas a ciertas personas.
Somos ese ser. Los dos nos hemos perdido a nosotros mismos y hemos creado otra cosa, algo que sólo existe como la unión entre los dos. Dios mío, estamos enamorados. De la manera más profunda que es posible enamorarse.
Existen muchos impulsos que forman parte de un continuum. Algunos, como la sed o la necesidad de calentarse, no cesan hasta que no se satisfacen. El impulso sexual, el hambre y el instinto maternal, sin embargo, a menudo pueden reorientarse e incluso acallarse con tiempo y esfuerzo. Creo que la experiencia de enamorarse se encuentra en algún punto de este continuum.
Hay dos cosas que el hombre no puede ocultar: su embriaguez y su enamoramiento.
Enamorarse no es amar. Puede uno enamorarse y odiar.
De querer ser a creer que se es ya, va la distancia de lo trágico a lo cómico.
La razón pura tiene que ceder su imperativo a la razón vital: la vida debe ser vital.
El amor muere porque su nacimiento fue una equivocación.
Porque el hombre siente el amor primariamente como un violento afán de ser amado, al paso que para la mujer lo primario es sentir el propio amor, la cálida fluencia que de su ser irradia hacia el amado y la impulsa hacia él.
El amor, a quien pintan ciego, es vidente y perspicaz porque el amante ve cosas que el indiferente no ve y por eso ama.