No escuchar al que nos habla, no sólo es falta de cortesía, sino también menosprecio. Atiende siempre al que te hable; en el trato social nada hay tan productivo como la limosna de la atención.
Lo importante no es escuchar lo que se dice, sino averiguar lo que se piensa.
Del escuchar procede la sabiduría, y del hablar el arrepentimiento.
Así como hay un arte de bien hablar, existe un arte de bien escuchar.
Algunos oyen con las orejas, algunos con el estómago, algunos con el bolsillo y algunos no oyen en absoluto.
Sepan los jovenes que dado el gran número y variedad de pecados que por todas partes nos acechan, requiere más discrección y constancia evitar el mal, que mantenerse en el bien.
¡Cuán grande riqueza es, aun entre los pobres, el ser hijo de buen padre!
No hay cosa por fácil que sea, que no la haga difícil la mala gana.
Lo comprado al precio de muchos ruegos, es caro.
No esperes que tu amigo venga a descubrirte su necesidad; ayúdale antes.