Necesité años para darme cuenta de que llevaba en mí, en mi cuerpo, en mi corazón, en mi alma, un núcleo inextricable de bondad y de maldad.
Los hombres son como los vinos: la edad agría los malos y mejora los buenos.
La superficie más apasionante de la tierra es la del rostro humano.
No debemos buscar, sino encontrar, no debemos juzgar, sino observar y comprender, inspirar y elaborar lo inspirado. Tenemos que sentir nuestra propia esencia integrada y ordenada en el todo. Sólo entonces tendremos relaciones verdaderas con la naturaleza.
Vivimos en una época peligrosa. El ser humano ha aprendido a dominar la naturaleza mucho antes de haber aprendido a dominarse a sí mismo.
Quien tiene la voluntad tiene la fuerza.
Las costumbres del que nos habla nos convencen más que sus razonamientos.
No es la blancura de los cabellos la que comunica prudencia.
Bienaventurado el que tiene talento y dinero, porque empleará bien este último.