La era igualitaria es el triunfo de la mediocridad. Es desagradable, pero inevitable, y constituye una venganza del pasado. La humanidad, después de haberse constituido sobre la base de las diferencias individuales, se organiza ahora sobre la de sus semejanzas.
El único Estado estable es aquel en que todos los ciudadanos son iguales ante la ley.
La igualdad tal vez sea un derecho, pero no hay poder humano que alcance jamás a convertirla en hecho.
En cuanto se concede a la mujer la igualdad con el hombre, se vuelve superior a él.
Es preferible el bien de muchos a la opulencia de pocos.
El padre debe ser más amado que la madre, pues él es el principio activo de la procreación, mientras que la madre es tan sólo el principio pasivo.
Es evidente que existe la verdad. Porque el que niega que existe la verdad, conoce que la verdad existe. Si, pues, no existe la verdad, es verdad que la verdad no existe.
Como individuo, la mujer es un ser endeble y defectuoso.
El estudioso es el que lleva a los demás a lo que él ha comprendido: la verdad.
El ser de las cosas, no su verdad, es la causa de la verdad en el entendimiento.