Hay una pasión superior a todas y es la satisfacción interior por el bien que hacemos a los otros.
Hay que elegir a los amigos por su elegancia y su belleza; a los simples camaradas por su manera de ser, y a los enemigos por su inteligencia. Lo peor es un enemigo tonto. Un enemigo inteligente, si también lo somos, no deja de apreciarnos por ello y combatirá siempre con nobleza contra nosotros.
Cualquiera puede simpatizar con las penas de un amigo; simpatizar con sus éxitos requiere una naturaleza delicadísima.
Cuando nos atacamos los unos a los otros, los golpes dan generalmente sobre una máscara de hierro. Nunca atacamos al hombre que está debajo de la máscara, porque no le conocemos; pero si le conociéramos, no le atacaríamos, porque nos parecería bueno, de nuestra misma bondad.
Cuando nos acordamos de algunas personas que hemos amado no hacemos, a veces, la diferencia entre lo que ellas fueron para nosotros y lo que nosotros habíamos querido que fueran.
Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismo.