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Cuando uno se convence de que, al enamorarse, resulta tremendamente vulnerable, la idea de haber vivido hasta entonces desconocedor de esta verdad le hace estremecerse. Por esta razón, el amor vuelve virtuosas a ciertas personas.
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Existen muchos impulsos que forman parte de un continuum. Algunos, como la sed o la necesidad de calentarse, no cesan hasta que no se satisfacen. El impulso sexual, el hambre y el instinto maternal, sin embargo, a menudo pueden reorientarse e incluso acallarse con tiempo y esfuerzo. Creo que la experiencia de enamorarse se encuentra en algún punto de este continuum.
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Hay dos cosas que el hombre no puede ocultar: su embriaguez y su enamoramiento.
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Enamorarse no es amar. Puede uno enamorarse y odiar.
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Uno no se enamoró nunca, y ése fue su infierno. Otro, sí, y ésa fue su condena.