Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello, que en mi juventud me deslumbraba. Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba de la gloria en las flores, no hay que afligirse. Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo.
A menudo cuesta toda una vida librarse de ciertos recuerdos, por muy irrelevantes que sean.
Ella no te necesita. Tiene tu recuerdo, que vale más que tú.
Si busco en mis recuerdos los que me han dejado un sabor duradero, si hago balance de las horas que han valido la pena, siempre me encuentro con aquellas que no me procuraron ninguna fortuna.
Nosotros recordamos, naturalmente, lo que nos interesa y porque nos interesa.
Ya no hay artistas como los de antaño, de aquellos cuya vida y alma eran el instrumento ciego del apetito de belleza, órganos de Dios mediante los cuales se probaba a sí mismo su existencia. Para ellos el mundo no importaba. Nadie supo nada de sus dolores. Se acostaban tristes todas las noches y contemplaban la vida humana con una mirada de asombro, igual que nosotros contemplamos un hormiguero.
Cuando uno quiere realizar una obra artística, es preciso que se eleve por encima de los elogios y de las críticas. Cuando se tiene delante un ideal claro y preciso, hay que empeñarse en dirigirse hacia él en linea recta, sin distraerse con lo que encuentra en el camino.
Cuando miramos la verdad de soslayo o de perfil, siempre la vemos mal. Son pocos los que saben contemplarla de frente.
El autor deber estar en su obra como Dios en el universo; presente en todas partes, pero en ninguna visible.
Un hombre que juzga a otro hombre es un espectáculo que me haría estallar de risa si no me diese piedad.